TELEBASURA COMO SISTEMA, de Valentí Puig. La Vanguardia. 23 de Octubre de 2011
Campos magnéticos indemostrables atraen el zapeo televisivo para que coincidamos con la más cruda confesión sexual desde los tiempos del marqués de Sade. Acostumbra a ser cosa de parejas que se echan en cara lo peor de sí mismos, lo más sórdido de su intimidad, claves tan enrevesadas como vulgares de su relación más pornográfica que erótica. El público del estudio jalea, según las instrucciones de los productores, interpela a gritos, ríe o vive un pasmo forzosamente transitorio porque las escenas van a gran velocidad y ya está contando su vida privada otra pareja y luego otra, con ese poder de fragmentación tan propio de la televisión. ¿A quién pueden importarle las prácticas sexuales de un matrimonio de la zona sudeste de la Península? Pues a bastante público, a cientos de miles de ciudadanos contribuyentes, legiones del homo videns que mascan una pizza margarita repantingados en el sofá. Escenas tecnoculturales de nuestro tiempo.
La sociedad del espectáculo ha culminado en la telerrealidad convirtiéndose en un deporte de masas que altera todas las divisorias clásicas entre lo público y lo privado. Y esa irrealidad posmoderna conecta con los rasgos arcaicos del patio de vecindad, del chismorreo, la maledicencia y el rumor, el bandolerismo y los crímenes de la brutal posguerra que contaba El caso. Convertidos en uno de los países más permisivos de Europa, la confesión sexual logra en los platós de televisión un grado de crudeza que agradecerían los guionistas de Tarantino. Cuente los detalles de cómo su marido incumple sus deberes conyugales y tenga su minuto de gloria audiovisual. La intimidad se despliega ante la mirada pública en cada segmento de un reality show. Entre los decorados de la telebasura todos somos iguales, es decir, no somos nada. A lo sumo, somos relativos. Las madres aplauden a sus hijas adolescentes al oírlas contar en público sus aventuras sexuales. Eso se llama autenticidad.
Nadie va a descubrir a estas alturas que la telebasura corresponde a una sociedad que, por una ambigua relación y causa y efecto, aumenta todos los días su inmadurez y su irresponsabilidad. Los teóricos de la comunicación hablan de teledemocracia y de las ventajas que pueden esperarse, incluso ya a corto plazo, de la conexión entre televisión y ordenador. Quizá esa fase de telebasura, en apariencia interminable, acabe siendo algo efímero y vayamos a un estadio audiovisual en el que la opción reflexiva no esté ausente. Por ahora, estamos entre los abusos de la hipersentimentalidad y una cierta propensión a lo obsceno. Ocurre lo mismo con los juicios populares escenificados en un plató, en los que se dirimen asuntos sustanciales sin otro método que la agresión verbal y una clara degeneración de la idea de justicia. La confesión íntima ante las cámaras tiene como consecuencia que quienes no la practican pueden llegar a ser sospechosos de actos privados de naturaleza inconfesable. Eso representa la destrucción del ámbito privado y una indefinición desmesurada de lo público. Cualquiera puede conjeturar sobre las monstruosidades ajenas al no haber límite a la exposición de lo íntimo. Va mucho más allá de la falta de respeto al otro o a uno mismo. Es como un banquete caníbal donde los secretos de los demás son el menú obligado. ¿No hay en todo eso un esbozo de inhumanidad? No es un rasgo menor de esa estructura sin límites entre público y privado que la televisión pueda ser genéricamente considerada –según Sartori– algo que produce imágenes y anula conceptos, y así atrofia nuestra capacidad de abstracción y nuestra capacidad de entender. Sí, las consecuencias indiscriminadas del zapeo en una noche cualquiera pueden conllevar por casualidad una meditación algo apocalíptica.
¿Cómo hemos llegado a tanta telebasura? Karl Popper llegó a la conclusión de que una democracia –todo el entorno de las sociedades abiertas– no puede existir si no se somete a control la televisión o, más precisamente, no puede existir por largo tiempo en tanto que el poder de la televisión no se haya descubierto plenamente. Si la democracia es poner bajo control el poder político, no debiéramos tener ningún poder político incontrolado en una democracia. Y el poder político de la televisión es inmenso. Ese es un tema muy espinoso, al involucrar la libertad de expresión y la propia libertad de empresa o de mercado, pero es una cuestión capital que extremos como la telebasura o la televiolencia obligan a afrontar un día u otro, sin más dilación. Es pusilánime querer ignorar que la televisión forma parte –deliberada o involuntaria– del sistema educativo. La hipermodernidad ha generado vacíos que la telebasura se apresta a colmar. De ser la televisión un barómetro del estado psíquico y moral de una sociedad, estamos tocando fondo. Sólo la ausencia de la pena de muerte en la ley impide a las productoras de telebasura competir por la audiencia televisando ejecuciones capitales en directo. Serían un éxito.
AEROLITOS DE CARLOS EDMUNDO DE ORY
<Amor a primera vista, de Wislawa Szymborska (extraído de amediavoz.com)
Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.
Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?
Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
-quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún "lo siento"
o el sonido de "se ha equivocado" en el teléfono-,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.
Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,
una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,
que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.
Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?
Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.
Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.
Todo principio
no es mas que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.
De "Fin y principio" 1993
Versión de Abel A. Murcia
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